La santidad es un camino accesible para todos, no requiere habilidades extraordinarias, sino un corazón dispuesto a vivir en el amor de Dios. Como nos recuerda Jesús : "Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia" (Juan 10 :10).
En un mundo saturado de distracciones y valores superficiales, la idea de buscar la santidad puede parecer un desafío inalcanzable, especialmente para los jóvenes. Sin embargo, la santidad no es un ideal reservado a unos pocos ni una perfección inalcanzable. Es un llamado que Dios hace a todos nosotros : "Sean santos, porque yo soy santo" (Levítico 11 :44). La santidad consiste en vivir una vida en relación íntima con Dios, reflejando Su amor y Su bondad en nuestras acciones diarias.
La santidad no es solo un objetivo espiritual, sino también un camino hacia la plenitud y el propósito. San Pablo lo expresa claramente : "La voluntad de Dios es que ustedes sean santos" (1 Tesalonicenses 4 :3). Buscar la santidad significa aspirar a lo más elevado para lo que hemos sido creados : vivir en comunión con Dios y ser testigos de Su amor en el mundo.
La santidad no nos aleja de nuestra humanidad, la santidad nos lleva a desarrollarnos plenamente como personas, marcando una diferencia positiva en nuestra familia, nuestro entorno y nuestra sociedad.
Los jóvenes de hoy enfrentan numerosos obstáculos para alcanzar la santidad. Vivimos en una sociedad marcada por el consumismo, el relativismo moral y una cultura que promueve el individualismo y el placer inmediato. La presión por encajar en un mundo superficial puede alejarnos del propósito espiritual. Jesús ya nos había advertido de estas dificultades : "Entren por la puerta estrecha ; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella" (Mateo 7 :13).
La santidad no es tampoco un podio al que se sube para recibir aplausos, sino un camino de amor y obediencia que muchas veces se recorre en el silencio, en lo oculto y en la lucha diaria.
Cuando Jesús dijo : "Sed santos, porque yo soy santo" (1 Pe 1,16), no nos invitaba a buscar la admiración de los demás, sino a vivir conforme a la voluntad del Padre. La santidad no es una meta reservada para unos pocos escogidos ni una categoría que se alcanza después de ciertos méritos. Es, más bien, una forma de vida en la que cada acción, pensamiento y decisión están orientados hacia Dios.
Los santos que hoy veneramos no buscaron convertirse en figuras célebres. Por ejemplo, san Francisco de Asís no predicó para ser recordado como un ícono de la pobreza, sino porque su amor por Cristo lo llevó a renunciar a todo. Santa Teresa de Calcuta no sirvió a los más pobres para recibir reconocimiento mundial, sino porque vio en cada persona el rostro de Jesús. La verdadera santidad nace de una entrega sincera, no del deseo de ser aplaudido.
La santidad no es un sendero recto ni libre de obstáculos. A veces caemos, fracasamos y nos sentimos lejos de Dios. San Pedro negó a Jesús tres veces, san Agustín vivió años de pecado antes de su conversión, y santa Teresa de Ávila pasó largas noches de sequedad espiritual. Sin embargo, lo que los distingue no es su perfección, sino su perseverancia.
Ser santo no significa no fallar, sino levantarse cada vez con más amor y confianza en la misericordia divina. Es comprender que la gracia de Dios es más grande que nuestras debilidades y que cada tropiezo puede convertirse en un escalón hacia Él si aprendemos a abandonarnos en sus manos.
La verdadera santidad no es espectacular ni llamativa. Se vive en la obediencia diaria, en las pequeñas renuncias, en la fidelidad a la oración, en la caridad silenciosa. No se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de hacer con amor las cosas ordinarias.
Jesús mismo nos enseñó este camino : aunque era Dios, eligió la obediencia hasta la cruz (Flp 2,8). Su vida terrenal no estuvo marcada por la fama ni el reconocimiento, sino por el servicio humilde y el sacrificio total.
En una era donde la imagen y el prestigio parecen definir el valor de una persona, la santidad nos recuerda que la mayor grandeza está en vivir para Dios, no para la aprobación del mundo. No se trata de ser admirados, sino de amar. No se trata de buscar la gloria, sino de reflejar la luz de Cristo en cada acto de nuestra vida.
Al final, los santos no son celebridades de la Iglesia, sino testigos de un amor radical. Y ese mismo llamado a la santidad nos pertenece a todos.
La santidad no es un peso, sino un camino de alegría y libertad que está al alcance de todos.
Estos consejos pueden ayudarte a emprender este camino :
1. Conéctate con Dios : Dedica tiempo diario a la oración y a la lectura de la Palabra. Pasajes como Filipenses 4 :13, "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece", te recordarán que Dios te da la fuerza para superar las dificultades.
2. Vive los sacramentos : Participa regularmente en la Eucaristía y la confesión. Estas fuentes de gracia fortalecen tu espíritu y te acercan a Dios.
3. Rodéate de buenas amistades : Busca amigos que compartan tus valores y te inspiren a crecer espiritualmente.
4. Sé un testigo alegre de tu fe : Como Carlo Acutis, no tengas miedo de compartir el mensaje de Dios con tus palabras y acciones.
5. Usa la tecnología para el bien : Aprovecha las redes sociales para evangelizar, compartir contenido positivo y promover valores cristianos.